Se aproximan lejanas
candilejas,
se me acercan
sin pompa ni trombones.
Sobre el monte angustiado en panteones
veo cómo
despiertan en las rejas
los hierros
bajo un mar de chispas viejas,
de las que
penden lóbregos sayones.
Trenzados en
cortejo, los telones
se apartan de
la luz frunciendo cejas.
No quiero que
se apague el aliciente,
quiero que arda
el atisbo de alegría.
Tras llorar en
la noche muertas horas,
sudan los
vidrios gotas de relente:
el hijo de una
más de las auroras
que bajo el sol
copulan con el día.
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