La ciudad viene a
menos
como espuma en
las olas,
da verdes
convulsiones un neón
en una calle
antigua y remolona.
La noche cae
lenta, con astucia,
depositando su infinita
bola
sin luz sobre tizones
de afirmadas
farolas:
jalones
encendidos no se cansan
de hacer continuas
rondas.
Callado queda el gladiador
vencido,
que, con daga
apuntándole temblona,
suda en busca del
sol
entre espectros
de gente presurosa.
Como arrumbado
caracol rodante,
se introduce en
su concha,
le asusta la urbe
ciega en las retinas,
su coraza se
acorta;
empequeñece
y duerme,
convertido en el dueño
de las sombras.
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