lunes, 13 de agosto de 2012

A UN PORDIOSERO



Es lo único que arde para ti:
la luz de la miseria,
pedigüeño con horas precintadas,
enfermo de un crepúsculo que a todos ilumina.
Sentado en tu rincón, en tu figura,
te elevas hasta Dios con un clamor callado,
con los jugos satánicos del hambre.
Tus ojos buscan cielos socavando la tierra
bajo ese tórax de humillante alzada.

En la noche te esconde una coraza,
la mugre honesta de tu ropa ajada
por el hálito negro de los días.

Eres el crisantemo preferido
por la Tristeza y la Desgracia,
las soberanas inmortales
que vomitan decretos sobre ti.
Eres el príncipe de un huerto estéril
que nadie riega, que ninguno cuida.
No te podan los tallos
las tijeras del fino jardinero.

Esa mano extendida es un saludo al hombre;
exhibe las ofrendas del perdón
por los azotes recibidos.

Èste es mi cáliz, tómalo.
No te levantes, deja que él descienda
hasta palpar las  cuentas de tus dedos.
No es de oro ni de plata,
solamente una mano:
cinco retazos de mi corazón.
Ayúdala a aliviar a otro arrumbado,
al mío que palpita con dolor.

     ©Antonio Macías Luna

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