Es la vida una huida hacia la muerte,
mientras al infinito lleva mudo
el hombre el espíritu testarudo
y su existencia, desde el mundo, inerte.
Las aguas se le van hacia el celeste
sin fuerza anímica, en letal discurso;
un arroyo agotado en lento curso
hasta que a su corriente no le reste
ni un ápice de luz ni de color.
Torpe ante la vejez de los sentidos,
todo lánguido y lleno de pavor,
se duerme con las manos en el pecho,
apagando los últimos quejidos,
y la mirada escrita sobre el techo.
©Antonio Macías Luna
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