lunes, 13 de agosto de 2012

UN AIRE ENRARECIDO


Un aire enrarecido se concentra
en un clamor que aúlla, furibundo.
Un iris sin colores se confunde
con olmos consumidos por lo oscuro.
Vaciados por hormigas afanosas,
en las cortezas surgen nuevos nudos
preparando el camino de la vida,
componiendo las sílabas del túmulo.

Antes bailaba la armonía acústica,
la guitarra tañida por el mundo.
La escala de color subyugador
dominaba al más gris de los segundos,
como el péndulo atado en el vacío
a un activo telar de hilo rubio.
¡Qué lejanas están esas barquillas,
esas góndolas de amoroso arrullo!

La belleza es un sol destituïdo
por la mente insalubre del astuto.
Todo ha quedado atado con cadenas
a unas paredes libres de futuro;
con firmeza a un presente con pasado,
a un tictac sin compás, escueto y mustio.

La paz amenazada, en entredicho,
se aburre con arengas y discursos,
ráfagas de balazos locos; bocas
sin dentadura de los testarudos.
Así condena el hombre en su locura
la vida a una prisión con ventanucos.
No falta en ella un pasillo alargado:
la tronera angustiosa para el luto.




                       II

El pobre volverá a sentir de cerca
el pan entero, no un vulgar mendrugo;
su mano lo asirá sin brusquedad,
sin temor a la crítica ni al vulgo.

Serán los olmos otra vez hermanos
del silbante eucalipto, ese manubrio
que gira con las ramas de mi esfuerzo;
una labor por la que al menos lucho.

Todo no está perdido, está latente;
hondo en la serpentina de lo oscuro.
Solo hace falta que hablen los relámpagos
con un lenguaje cuerdo de lo absurdo.

Será la Poesía mi portento,
verá la luz en nubarrones turbios.
Será mi verso el arca de Noé
para salvarme del fatal diluvio.

          Antonio Macías Luna

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