Nos turnamos llorando sin querer
buscando a nuestra madre en una cama
donde se multiplican existencias:
nuestras flores de loto con rocío,
con cálices de vidas reencarnadas.
Un fórceps se apodera de cabezas,
las extrae con la piel ensangrentada.
Y la traemos todos al nacer,
al menos quienes llegan a mostrarla.
Bendigo la prisión de unas tenazas.
Bien digo: ¡las tenazas de nacidos!,
las manos hábiles de la matrona,
que rasgan nueva carne de otra usada.
Bendigo sus minutos de labor.
Bendigo tantas horas de dolor.
(Derechos de autor)
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