Entre los altibajos del destino,
adrede te escondí, errado, un día
como una luz que sale de la Vía
Láctea y al cielo abre otro camino.
Grande el peso que encima se me vino
a mí, un sirviente tuyo, Poesía,
por montes de nublada hipocresía
con las cumbres flotando en blanco lino.
Solo, sin el joyel de tu esplendor
fui rincón que destierra sol y rosa.
Mientras cobraba sombras por mi error,
tú a las nieves cubrías de color
y otra vez regresaste, dadivosa.
Gracias por no mirarme con rencor.
(Derechos de autor)
precioso soneto, dedicado a nuestra musa la poesía, esa que a veces abandonamos y que siempre está ahí para reconfortarnos, y nos acoge aún si cabe con más fuerza.
ResponderEliminar