domingo, 8 de noviembre de 2009

VIAJE MENTAL


Hice hoy un viaje en la mente,
una embestida en el tiempo.

Me acerqué seguro a echar
un vistazo por mi pueblo.
Lo veía igual que antaño,
en soledad y pequeño,
con sus callejuelas calladas
entre aceras de cemento.

¿Quién no blande el azadón
de la infancia, de los juegos,
entre carreras de locos
tras queridos compañeros?
¿Quién no se ha mostrado a veces,
en aquella edad, travieso;
tensar unas largas trenzas,
enterrarlas en los dedos,
para quedarse en la mano
con un mechón de cabellos?

Hoy dirigí mis neuronas
hacia el blanco cementerio
donde se pudren aún
de mis mayores los huesos,
los que hacen envejecer
al mismo sepulturero;
los que reparten simientes
de cenizas bajo el suelo
y obligan mi alma a inclinarse
con añoranza y respeto
sobrevolando terruños

donde se cansan los vientos.


Es apabullante el sitio,

su lenguaje de silencio;
con un grillete en la lengua
me siento atado, indefenso,
entre habitantes sin vida,
escondidos y traspuestos.

Retorno por la alameda
de mi cerebro hasta el centro
donde descuella un cartel:
el de un joven zapatero
que jamás había visto,
con sus martillos y hierros.
Es el hijo de Jonás,
que lleva dos años muerto.

Le veo sentado en su banco
con un delantal mugriento;
sus manos ágiles, fuertes,
recortan suelas y cueros,
y desclavan un tacón
desgajado y con remiendos.

Marcho suspendido en andas,
en silencioso paseo.
Me siento perdido y ausente
con el tufo del incienso
que surge a flote, entre giros,
del antro oscuro del templo.

Me afano por descifrar
las lápidas del recuerdo,
los ojos poniendo nombres
a las calles en mi pecho.

Hoy dejé una imagen nítida
de estrella errante en mi pueblo.


A. Macías
(Derechos de autor)

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