En llamas, como otras tardes,
se quema un vetusto día,
mártir cuya alma en capuz
rojo cruza la cortina;
una lona en la ventana
junto a la oscura repisa,
que aumenta la sequedad
de unas botellas vacías.
Sobre el mostrador desierto
duermen penumbras surgidas
de un imperio desvaído,
de aureolas ambarinas.
La llave gotea en péndulo
de agua en una piletilla,
cuyo cemento se adoba
con sudores de vasija.
En la quietud de aquí dentro
el yunque y tambor se afinan.
La mudez habla al oído
con tartamudez arisca;
entre segundo y segundo
el goteo se ensimisma
con el tictac de un reloj
de atrasadas manecillas.
A. Macías
(Derechos de autor)
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