domingo, 8 de noviembre de 2009

EL TAÑIDO DE UNA CAMPANA

Siento una campana sorda,
una nota compungida y sola,
una campana vibrante y hosca;
secos tañidos alzan la voz
,
ecos graves retumban en mi alma,
lamentos en la cripta de mi espíritu.

Oigo el gong que bate un badajo
desde una espadaña carcomida;
ventanas celestes al verano
rematadas por coronas secas;
ramas chamuscadas al sol
entretejidas en nidos hoscos.
Nidos guardados por aves zancudas;
con lanzas puntiagudas,
orgullosas y altivas guerreras,
velan desde encima del campanil.

Oigo la media horaria
desde una torre del pueblo,
desde una diana delatora del tiempo.
Oleaje que inquieta el aire sutil de la tarde
a orillas de mi río de ausencias;
río de aguas amargas.

Cuántos sones, cuántas voces
habrá arrancado el badajo recio,
el poderoso mazo puntual,
a la estática campana.
Cuántas veces habrá batido con firmeza,
con crueldad de tiempo fatal,
la concavidad de la cúpula de metal.

Cuántos oídos corroídos por la tierra
habrán oído a lo largo de los tiempos,
siglos, tal vez,
la melancólica nota;
gota de agua incansable,
gota martilleando la caverna eterna;
una solitaria melodía,
tan sola como el ánimo entretenido.

Sí, lo he oído, he sentido
el golpe despiadado;
lo estoy rumiando, lo estoy llorando.

Sí, me ha bastado un tañido
con sabor a dolor
para adivinar que ya no me esperas,
para saber que ya te has ido.


A. Macías (Castilblanco, España)
(Derechos de autor)


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