Te saluda con buenas noches
un libro abierto de hojas más que leídas;
unas páginas docentes encadenadas
con la humildad de la sabiduría.
Como cualquier jinete, cruzas llanos de verbos
cabizbajo, pisando caballones
bajo el lenguaje rutilante de las estrellas.
Te deja la noche solo.
Te concede un caballo y en su lomo,
una silla con alas
para albergar en tu ínsula irreal
imágenes de sueños.
Las líneas del poema son ráfagas ante la vista
junto al rincón ardiente del hogar,
junto al fuego temblón que se aposta a tu lado.
Entre estrofa y estrofa
hay una voz que apaga la lectura.
Tus ojos, putrefactos de sopor,
se recubren de párpados y caen
en dos pozos de cuencas con ojeras,
que se diluyen en la oscuridad;
miran al siempre de
Tus pupilas se cierran, ebrias de licor poético.
Esperan en su gruta, ensimismadas,
el brillo en terciopelo azul del alba.
Se adormecen los versos.
Aún queda cabalgada hasta el fin del trayecto.
A. Macías L.
(Derechos de autor)
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