sábado, 4 de octubre de 2008

MI PRIMER VIAJE A CHILE

Frágiles caseríos se remiran
en un lago y se pierden,
sepultándose en lomas,
mientras el bus corre incesantemente.

Lejanos, a mi izquierda,
los Andes se levantan entre nieves;
a mi derecha un mar de aradas olas
lleva seres huidizos y rebeldes,
que en red de cochayuyos
se agitan y se mueven.

Qué alegría viajar por este país,
por sus praderas verdes,
cruzando como el cóndor las alturas
sobre ríos y puentes,
rozando con la punta de mis alas
las pieles de la palta y del dihueñe.

Qué alborozo aspirar nuevos aromas,
araucarias y alerces;
sentir el llanto fúnebre de álamos
que en juventud eterna se mantienen;
veletas naturales que a los vientos
se humillan y se yerguen;
picas escobilladas que del monte
en fila india trazan la pendiente
y avivan el gusano matutino
al rey de amaneceres.

Margaritas rabiosas en la sangre
del copihue se mecen,
en laderas que un río desmenuza
entre la hierba agreste,
donde pace el ganado,
que huye por unas horas del pesebre.

Un alud de choroyes
hasta un llano desciende
y giran sobre el trigo amontonado
que una callana cuece.

Suena con alborozo en lontananza
un agudo tembleque:
la voz de una sirena al mediodía
que hace que el tiempo no pare y progrese.

Oh, Chile de amplios bosques
sobre colinas de rodantes pliegues,
van cantando mis versos
la placidez de tu esplendor perenne,
tus lagunas de sed inagotable,
tus arroyos de trazos indelebles.

Oh, Chile inmerso en agrias lejanías,
la alianza de un amor me trajo a verte
sin saber que lo angosto de tu abrazo
me proporcionaría tal deleite.

A. Macías
(Derechos de autor)

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