viernes, 3 de octubre de 2008

LA RUEDA ABANDONADA

¿Quién se atrevió a dejar tu cuerpo ajado?
De carro dócil fuiste ayer cadera,
hoy frágil armatoste de madera
yaces, mísero miembro desgarrado.
De lluvia y viento ungiste tu bravura
y a nadie de tu azote haces culpable,
inocente armadura.
La carcoma te ha hecho deleznable
amasijo con sogas, un montón
perdido en el corral.
Desvencijada en un sórdido rincón,
buscas la luz de un ciego ventanal.
¿Quién a tu suerte te ha abandonado?
¿Quién te sacó hasta el tuétano?
Del tiempo eres ruleta
estriada por un haz de rotas cruces,
sufriendo en solitaria vida asceta,
penitente de bruces.
Mientras permanecías sola y quieta,
un velludo de musgo de ti dueño
se nombró. En tu oxidada, fría llanta
clavó el áspero sueño
su camastro de herrumbre,
en ceniza de muerte y podredumbre.
Nadie reposa en ti su ardiente mano
en puro gesto hermano;
la mía, llana, asume tu destino
puliendo la aspereza
de tus raídas aspas de molino.
Polvorienta maleza
transpira tu monótona mudez,
no te recubre con pesada carga.
Tu desvaída tez,
sin miramientos, la acrisola el hombre
dejándote morir con una amarga
resistencia sin nombre.
Sorda, callada rueda,
tu cubo al viento clama con justicia,
al descubierto queda;
pero aguanta derecho y no se vicia,
gastó sus fuerzas en constante giro.
Ya no quema su aliento ningún eje
al frenar de la bestia el brutal tiro.
Llora en tus viejos brazos mi espíritu,
al calor de tus pedazos.

A. Macías (de "Versos que empujan desde el alma")
(Derechos de autor)

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