miércoles, 30 de enero de 2013

ELEGÍA A MI TÍA TERESA



I

La tempestad furiosa de tu muerte 
en mis entrañas se estrelló con fuerza. 
Te vas, tía Teresa, a un altozano 
en la tranquila estepa 
donde muchos se vuelven a encontrar; 
donde no hay torvas fieras 
tras el tiempo perdido 
combatiendo en la tierra.

Con el preciso arpón de la noticia 
se incrustó en mí la pena, 
el tirante cordel de una mordaza 
clavándose en la voz como una flecha. 
Presentí el filo cruel y amenazante 
de una aguda herramienta; 
la que mutila todo lo que vive, 
toda esperanza, toda buena hierba 
y amontona sus lánguidos trofeos 
en hoyos con exequias.

Te marchas, tía del alma, 
te vas por una senda 
entre encinas, lentiscos, alcornoques: 
los fieles centinelas 
que me dieron cobijo muchos días 
bajo ramas añejas.           
   

 II

Madre segunda de incansable aliento, 
te mantienes alerta. 
Hoy regreso contigo hasta la infancia 
con tu guía, a tu vera. 
Los brazos tú me tiendes, 
yo hacia ti me encamino con torpeza 
ensanchando el sitial de los pulmones,                              
afirmando los pilares de las piernas. 
Saturas mi cabello con perfume 
para peinar mi cabeza revuelta. 
Tus manos de amapola, 
cuidadas y morenas, 
recubren con texturas de damasco.
 
Tu pulso firme y hábil
repinta el trazo de mis toscas letras: 
crucigrama de un libro de lectura 
en un aula sombría de la escuela. 
Tus aletazos de Ángel de la Guarda
persisten y resuenan
como el vidrio que el recio vendaval
una y otra vez lo abre y golpea. 

Aunque, ya hombre, busqué la soledad 
en cumbres y laderas, 
agradable aislamiento,
siempre me mantenía de ti cerca.
Tía, jamás me fui;
yo alojaba en mi alforja de poeta
tus rimas de enseñanza:
la armonía que ostento como herencia.


III
       
Detrás de una pared indestructible,   
prepara su ballesta 
la Diana cazadora que te mira
con cavernosas cuencas,
un armazón de huesos
y dientes en hilera.
Solitaria temible
sin lujo y sin melena,
con túnica colgante y harapienta,
te acurruca, te arropa en el frío
bajo un manto de hielo que te pesa.                                         

Y aquí en Chile, muy lejos,  
hoy no deslumbra el sol la Cordillera.
Sobre los Andes se alza,
mil sollozos lo llevan 
a ti, a la obra sublime de tus padres:
primor de abuelos en mi hispana tierra. 
                                     
¡Honesto colofón de mis mayores, 
de su jardín la última violeta!
Si Dios te manda hacerles compañía,   
por ellos y por mí soñando enhebra
plegarias hasta que despunte mi hora,
y yo te vuelva a ver, tía Teresa.                                          

      Antonio Macías Luna,                                                     
      Villa Alemana (Chile), 3 de octubre de 2009
      (Derechos de autor)

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