En un día aplomado,
desapacible y muerto
me susurran las pérgolas del huerto
que el otoño ha llegado.
Perezosas, las ramas se estremecen,
adoradas por zarzales que se mecen
rasgando el aire vivo.
Se eternizan los dulces cabeceos
de unas espigas a la vez que escribo
y mezclo el frenesí de los deseos
en la cal del papel,
con trazos vigorosos en tropel.
Yo puedo hacer que escapen del azul
las cimas de los montes
cuando mi alma, al reír, de luz se pinta;
cuando los sentimientos no se frenan,
y extender a infinitos horizontes
las roderas de tinta
que las aradas de los versos llenan.
Y así labra mi pluma con primor
de joyero la plata del vocablo
tiñendo de color
las montañas y el mar cuando les hablo.
A. Macías
(Derechos de autor)
Hola Antonio
ResponderEliminarSigue tiñendo de color tus pensamientos, así podremos seguir leyendo cosas, como tu último poema.
Un abrazo