Marcan heredades amplias
vuestros cables con sus cardos.
Surgís sobre los matojos
como mástiles cortados;
al cielo retáis altivos,
y al azul de arriba en vano
tratáis de arañar con sangre
descendiendo por los campos.
Pesarosos desde lejos,
en líneas de olas en tramos,
con dudas os desplegáis
como huestes en los prados.
¡Id, buscadla donde esté,
tristes hincos solitarios!
Marcháis pisando amarillos
padeciendo los estragos
de un estío caluroso;
sois impasibles heraldos
con pasos firmes, seguros,
ni siquiera veis los años.
Cómo os vais con el tiempo,
¡a golpe de luz y al raso!,
sin arroyuelos que os bañen
en pie seguís soportando;
sin el frescor que os alivie
contáis horas de solano.
¡Id, buscadla donde esté,
toscos hincos arrugados!
Desgarran vuestros espinos
con pasar el dedo al tacto:
el candor de hielo duele
a los amores incautos
como pincha vuestro andar
los mustios y secos llanos.
Mi boca mató su nombre,
intenté olvidarla en vano.
Tras blasfemarla mil veces,
decidí enjugar su engaño.
¡Id, buscadla donde esté,
palos míos emisarios!
Cuidado, no la arañéis,
acercaos, tocad su brazo
y susurradle al oído:
“Amor, tu regreso aguardo”.
Antonio Macías
(Derechos de autor)
(*) En España, palos con alambres de púas que se clavan en la tierra.
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