domingo, 8 de marzo de 2009

A UNOS HINCOS DE ESPINOS (*)

Marcan heredades amplias

vuestros cables con sus cardos.

Surgís sobre los matojos

como mástiles cortados;

al cielo retáis altivos,

y al azul de arriba en vano

tratáis de arañar con sangre

descendiendo por los campos.

Pesarosos desde lejos,

en líneas de olas en tramos,

con dudas os desplegáis

como huestes en los prados.


¡Id, buscadla donde esté,

tristes hincos solitarios!


Marcháis pisando amarillos

padeciendo los estragos

de un estío caluroso;

sois impasibles heraldos

con pasos firmes, seguros,

ni siquiera veis los años.

Cómo os vais con el tiempo,

¡a golpe de luz y al raso!,

sin arroyuelos que os bañen

en pie seguís soportando;

sin el frescor que os alivie

contáis horas de solano.


¡Id, buscadla donde esté,

toscos hincos arrugados!


Desgarran vuestros espinos

con pasar el dedo al tacto:

el candor de hielo duele

a los amores incautos

como pincha vuestro andar

los mustios y secos llanos.


Mi boca mató su nombre,

intenté olvidarla en vano.

Tras blasfemarla mil veces,

decidí enjugar su engaño.


¡Id, buscadla donde esté,

palos míos emisarios!


Cuidado, no la arañéis,

acercaos, tocad su brazo

y susurradle al oído:

“Amor, tu regreso aguardo”.


Antonio Macías

(Derechos de autor)


(*) En España, palos con alambres de púas que se clavan en la tierra.

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