domingo, 5 de octubre de 2008

ATARDECER

Árboles de coronas destronadas
en un hipódromo de plaza ancho,
percibe hoy mi corazón abierto
un perfume de almendros y manzanos.

La fuente ha enmudecido, ya no canta;
no me murmura su trinar de pájaros.
El surtidor de bronce me contempla
con reflejos dudosos de alabastro,
vibrantes al guiñar, llenos de rizos;
con espejuelos mates, de fogatas
sin calor, sin ramaje, adormecidos,
como ceniza ardiendo en la distancia.

Distante, el aire mis oídos fríos
los envuelve con sones visionarios
mientras el sol se posa en mi cabeza,
mientras la tarde muere suspirando.

Suspiros llegan, traen unos vidrios,
azulejos de un viejo campanario,
donde anidan cigüeñas despeinadas,
rendidas al silbar del viento alado.

Alas trae la noche aproximándose,
recreándose en figuras invisibles,
que se ennegrecerán hasta el albor,
hasta que el día con el sol las pinte.

Pintura de violetas mañaneros
envolverá la trama de unos mimbres:
las ramas enlazadas de los árboles
y cubrirá las hojas con rubíes.

A. Macías
(Derechos de autor)

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