Bajo su alféizar
gime una ventana.
Pistas de
ramificadas trayectorias
en la pared
desprenden como arroyos
los cuerpos de
unas sílfides borrosas.
Un frontal de muro
desdibuja
el incoherente
paso de unas huellas,
que la lluvia dejó
al azar pendidas
como serpientes
vacilantes, quietas.
Regueros de
arabescos y humedad
tejen una tupida
red de rostros.
Sus ojos de
fantasmas imprecisos
se rasgan en
veriles temblorosos.
Se dejan caer con
alargados trazos
lágrimas turbias,
jugo del pañuelo
del aire; quejas
dulces que brotaron
para poner a
prueba el fin del tiempo.
Su destino final
lo marca el zócalo,
sepulcro
penumbroso de lineal
estatismo, una
margen en el suelo,
bandera arriada en
símbolo de paz.
De tierra ocre,
teñidas de muerte,
se vislumbran
deformes calaveras,
unas manchas
diluidas sin pincel
en actitud burlona
y pendenciera.
Con dibujos de
trazos imprecisos
le llega el llanto
sin remedio, la hora,
a la cal de
sumirse en agonía.
Las calladas
paredes también lloran.
Antonio Macías Luna
Villa Alemana, 1 de
marzo de 2007
(Derechos de autor)
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